miércoles, 16 de junio de 2010

Días

Día difícil, lo sé desde el momento en que despierto. Sé que alguien diría: -no puedes saberlo, si apenas va a empezar- y me importa una mierda, lo sé. Estiro cada trozo maltrecho del cuerpo aún con la sabana enlazada a ellos, el cuarto tiene un hedor como a odio y hastío.
A la derecha unas fotos de un par de años, con gente del pasado, gente que ya no está, gente que se fue, que se ha perdido, que se ha olvidado que alguna vez salieron en una foto, que fueron enmarcadas como un tesoro sobrevaluado. Pienso que las quitaré por la tarde.
Miro la hora en el celular, las 7.00 am, ni una llamada, ni un mensaje en dos meses; quizá sería buena idea desechar el teléfono de una vez, junto con las fotos, con las ropas que alguien me quito en una tarde de octubre, con la mochila vieja y rota que ha sido testigo de tantas cosas, con los libros que no he leído, con los discos cubiertos de polvo, con la almohada incomoda, y con los asomos de olvido.
Me visto con la ropa que dejé tirada a un lado de la cama ayer por la noche, y descalza voy a la cocina, preparó café. El perro no para de ladrar, el camión de la basura tiene sonando desde que me desperté, y cada vez se escucha más cerca. Un par de canciones entremezcladas se confunden desde las casas vecinas.voy al cuarto y saco de la mochila los benditos audífonos, batería baja. Los arrojo resentida a las cobijas. Voy por el café derramo todo encima de unas hojas que había en la mesa, no son mías pero sé que serán importantes y que un tremendo y merecido reclamo me espera.
Enciendo el televisor, cambio a todos los canales, le apago. Miro por la ventana, pasan niños con unas mochilas de tamaño mayor al de ellos, señoras gritando apuradas a niños de tres o cuatro años, señores con portafolios, mujeres jóvenes y otras no tanto caminando rápidamente con el cabello estilando en la blusa del trabajo.
Es mi día de descanso (me pregunto porque le llamaran así, podría ser día de desenfado, desengaño, el día de mañana vuelvo al trabajo) y no puedo dormir, me pongo unos tenis y salgo a la calle. Camino hasta llegar a un parque, una señora está llorando sentada en una banca, tiene el rostro entre las manos, me siento a su lado, le preguntó lo mas idiota que podría decir ( ¿se encuentra bien?) no espero a que conteste, y me voy, guardando el equilibrio en el borde del camino, mientras pienso en la razón de la pregunta que acabo de hacer, recuerdo que desde hacía un par de años no jugaba a guardar el equilibrio en un borde de la acera, quizá sea porque realmente no nos importa la respuesta a la pregunta, o porque actuamos lo mas idiota posible para no tener que escuchar un discurso triste además del que se está dando dentro de nuestra mente.
De pronto siento un golpe de costado, y caigo en el pasto, si es que se puede llamar pasto a una combinación de yerbas secas, tierra, rocas, basura y mierda. Y un enorme perro que más bien parece un poni ladra mientras esta sobre mi tórax, escucho que alguien le llama, por algún nombre ridículo, y me siento, es un hombre con una cicatriz en el cuello; se queda mirándome llena de pasto en la ropa, me dice un –lo siento- seco y se va. Me levanto, me sacudo un poco, y camino hacia la carretera, un camión se detiene y subo sin pensar a donde iré.